El exilio forma parte de la Historia de la humanidad. Personas y comunidades de todo el mundo se han enfrentado a la experiencia de dejar su hogar escapando de la violencia o la miseria. Huir del horror y poner en juego todos los recursos posibles por sobrevivir y reconstruir la propia vida en otro lugar y junto a otras personas, en paz y con dignidad, forma parte de la naturaleza humana.
Sin ir más lejos, aquí, no hace mucho, más de medio millón de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares durante la Guerra Civil. Entre veinte y treinta mil niñas y niños salieron de los puertos vascos rumbo a Bélgica, Reino Unido, la Unión Soviética y Francia huyendo de la violencia en 1937. Quienes escapaban de esta guerra no siempre encontraron la acogida: barcos repletos de gente navegaron de un lado a otro en el Atlántico hasta encontrar una tierra generosa que les diera asilo, como fue México. Mientras que más de cien mil personas fueron internadas en campos de concentración en Francia cuando trataban de huir de la represión tras la derrota republicana en 1939. De entre quienes escaparon, hubo quien pudo regresar a los meses o pasados algunos años, pero miles personas no tuvieron esa posibilidad, y la cifra de exiliadas continuó incrementándose durante 40 años de dictadura y persecución política.
Actualmente a nivel global son más de 65 millones las personas que se encuentran desplazadas de manera forzada, según datos de ACNUR. Esta cifra se incrementa constantemente: 28.300 personas son obligadas cada día a huir de sus hogares por el conflicto y la persecución política. Pero no son las únicas, ya que las causas de los desplazamientos forzados son múltiples: el expolio de los bienes naturales, el empobrecimiento y la degradación ambiental generados por el modelo capitalista depredador también desplazan a millones cada año, del mismo modo que lo hacen las múltiples violencias desplegadas por el sistema heteropatriarcal sobre los cuerpos de las mujeres y los sujetos no normativos.
Ante estas violencias se impone la determinación de las personas por vivir una vida digna y libre de violencias. Una decisión que las lleva a desplegar numerosos recursos, fortalezas y aprendizajes con los que enfrentar larguísimos trayectos, fronteras cada vez más militarizadas e inseguras, y a menudo, la indiferencia o incluso la criminalización de las sociedades de destino.
Nuestro pueblo tiene hoy la obligación de acoger. No se trata solo del deber de cumplir todos los acuerdos y tratados internacionales en materia de derechos humanos que hemos asumido y, en particular, aquellos referidos a la protección internacional y el derecho de asilo. Se trata de un ejercicio de memoria y de justicia. Tenemos una obligación contraída con la Historia: igual que nosotras encontramos la acogida y el abrazo de otros pueblos y comunidades del mundo cuando fuimos exiliadas, y tras haber probado el rechazo y el abandono de parte de la comunidad internacional, hoy tenemos el deber de acoger con dignidad a todas aquellas personas que llegan a nuestra tierra buscando refugio.
Acoger dignamente requiere de una implicación constante y activa por parte de las instituciones y de la sociedad en su conjunto. Pasa por el reconocimiento jurídico del estatuto de persona refugiada y por ofrecer protección internacional a todas aquellas personas que la necesitan. Implica garantizar el ejercicio efectivo de todos los derechos políticos, sociales y económicos en igualdad de condiciones. Acceder a un trabajo y a una vivienda dignos, a la sanidad pública, a la educación, tener la posibilidad de reagrupar a las familias, son condiciones imprescindibles para vivir con dignidad y para hacer frente al dolor que supone la experiencia de dejar todo atrás.
Pero acoger humanamente significa también escuchar la verdad de las personas refugiadas, visibilizar y hacer una reflexión crítica sobre el modelo político y social que genera desplazamientos forzados, y sobre el papel que nosotras jugamos en su mantenimiento. Además, tenemos el deber de reconocer la valentía de todas ellas, sus habilidades y fortalezas, reconocerlas como sujetos activos y poner en valor los aportes que hacen en nuestras sociedades. Acoger no es solo alojar. Implica abrazar, acompañar, compartir, convivir. Hace años otros pueblos lo hicieron con nosotras. Aprendamos de nuestra historia. Fuimos exilio. Seamos refugio.