El equipo de psicólogas de ZEHAR errefuxiatuekin ha elaborado este documento sobre cómo está afectando emocionalmente  la situación que estamos viviendo a las personas que atendemos. Compartimos el artículo íntegro elaborado por ellas.

Desde CEAR Euskadi miramos la salud mental de las personas migrantes y refugiadas desde una perspectiva psicosocial, entendida ésta como aquella que permite comprender los impactos psicológicos de las migraciones forzadas y las violaciones de los derechos humanos, así como las respuestas de las personas a los mismos, en relación con el contexto social, histórico y político en que éstas se producen. Desde esta mirada, la salud mental no se puede desligar de una comprensión política, económica y social.

Asimismo, tenemos una visión holística de la salud desde la cual ésta estaría integrada por diferentes elementos, igual de importantes todos ellos, que se influyen y retroalimentan entre sí; estos elementos serían:

–          Salud física: aspectos relacionados con el cuerpo humano y que también incluyen la alimentación, el ejercicio físico y la calidad del sueño

–          Salud mental: aspectos relacionados con la calidad/contenido de nuestros pensamientos, así como con la capacidad de gestionarlos

–          Salud emocional: aspectos relacionados con el manejo responsable de las emociones, así como con la capacidad de mantener relaciones sanas con las demás personas;

–          Salud espiritual: aspectos relacionados con el sentido de vida, aspectos religiosos y de creencias

–          Salud relacional: aspectos relacionados con la construcción de relaciones sanas con nosotras mismas/os y con otras personas, así como con el disponer de espacios de interacción donde sentirnos parte de una comunidad en la que tenemos algo que ofrecer y sentirnos útiles

–          Salud social: aspectos relacionados con el acceso a los recursos básicos para poder desarrollar la vida en un contexto concreto (techo, comida, ropa, dinero, trabajo…)

–          Salud comunitaria: aspectos relacionados con la acogida de las personas refugiadas en la sociedad a la que llegan.

En los procesos vitales de las personas migrantes y refugiadas, prácticamente todos los ámbitos de la salud se ven afectados; tanto en sus países de origen, como en el tránsito hacia sus nuevos destinos y, asimismo, en los países que les acogen.

Junto a esta perspectiva de comprensión de la salud, es importante destacar algunas cuestiones que tienen una importancia relevante en las vidas de las personas migrantes y refugiadas y que pueden generar fuertes impactos en la salud de las mismas:

  • Las experiencias traumáticas vividas

Las personas migrantes y refugiadas huyen de sus países por diferentes razones: conflictos armados, violencia socio política, por ser víctimas de persecuciones diversas, violencia de género, cambios climáticos que llevan a la pérdida de los recursos naturales de sus países, … en definitiva, por ser víctimas de diferentes tipos de violencia y de violaciones de DDHH. Esta violencia genera unos impactos en todos los ámbitos de la salud. Desde el punto de vista de la salud mental, dichas experiencias traumáticas pueden tener impactos negativos importantes y dejar huella en el estado psicológico de las personas de manera diversa. Estos impactos pueden situar a algunas personas en situaciones de mayor vulnerabilidad frente a nuevas experiencias traumáticas. Por otro lado, destacar que, al mismo tiempo, desde el punto de vista de lo que se conoce como crecimiento postraumático, las personas desarrollan estrategias resilientes para hacer frente a dichas experiencias vitales. Ambos elementos, los impactos negativos, más ligados a la vulnerabilidad, y los impactos positivos, relacionados con el desarrollo de estrategias de afrontamiento resilientes, pueden convivir perfectamente en una misma persona. En relación a estos impactos, hay elementos tanto individuales como sociales y colectivos que influyen tanto en los impactos positivos como en los negativos.

  • Incertidumbre

Otro elemento a señalar, importante en la vida de las personas migrantes y solicitantes de protección internacional, es la presencia de incertidumbre de forma continuada. Ésta se da a lo largo de todos sus procesos vitales en los cuales, las certezas de que el mundo va a funcionar de una manera determinada respondiendo a unos esquemas previos que nos permitan tener cierto control sobre aquellas situaciones que afectan a nuestra vida, está poco presente. Estas certezas, estos esquemas, que nos ayudan a prever aquello que pueda pasarnos en nuestra vida, es un factor que tiene una relación directa con la salud mental. Si vivimos en un mundo predecible, podemos vivir con una actitud más relajada ante los acontecimientos externos ya que contamos con aquellas herramientas que nos van a permitir dar respuesta a las demandas del medio. Sin embargo, si vivimos en un mundo impredecible, en el que cada día puede darse una situación nueva a la que tengamos que dar respuesta, eso nos sitúa ya en una posición de alarma constante para poder dar respuesta a dichas demandas. Si, además, esas situaciones son de por sí situaciones potencialmente peligrosas para nosotras, para nuestra supervivencia, viviremos en una actitud constante de alarma ante posibles peligros; viviremos con miedo.

Esta incertidumbre está presente a lo largo de toda le experiencia vital de las personas migrantes y solicitantes de PI, como decía previamente, tanto en sus países de origen como en el tránsito y en el país de acogida. Los procesos de solicitud de protección internacional están cargados de incertidumbre desde el principio: en el caso del Estado Español, el sistema de acogida está colapsado, dándose muchos problemas en su funcionamiento general, con retrasos para la asignación de plazas en el mismo, demoras en la resolución de las solicitudes, en la tramitación de documentación necesaria para poder ejercer sus plenos derechos como ciudadanía, entre otros. Todos estos elementos aportan una gran carga de incertidumbre, y condicionan enormemente que las personas puedan reconstruir sus proyectos vitales de manera saludable, pudiendo generar muchos impactos sobre la salud en general. Más concretamente, en lo que se refiera a la salud mental, puede generar problemas de tensión y nerviosísimo generalizado, sensaciones de peligro y miedo, dificultades de concentración, mantenerse en un estado de alerta constante, problemas de sueño, frustración, impotencia, entre otras. Asimismo, se pueden generar estrategias resilientes para gestionar esa incertidumbre, siendo algunos ejemplos la aceptación de la misma, relajar el nivel de control sobre diferentes cuestiones que afectan a nuestra vida, vivir más en el presente, entre otras.

La crisis actual que estamos viviendo, precisamente nos coloca a todas las personas en una situación de gran incertidumbre, en la que el control sobre nuestro mundo externo se desvanece y, ante la misma, las personas podemos reaccionar de formas diversas.

Dicha situación afecta a diferentes ámbitos de la vida de las personas como son aquellos relacionados con la vinculación y autonomía, con la competencia (entendida ésta como la posibilidad de manejar adecuadamente las relaciones con el entorno), el crecimiento personal y la posibilidad de desarrollar nuestros proyectos vitales y nuestro desarrollo personal, la autoaceptación y el sentido vital (Guía complutense).

En este sentido, las personas migrantes y refugiadas, como seres humanos, están expuestas de la misma manera a dicha incertidumbre y a responder a la misma con las herramientas de las que dispongan. Lo que precisamente pueda diferenciar esas reacciones, son las circunstancias vitales previas por las que, debido a todo lo comentado anteriormente, las personas migrantes y refugiadas se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad en los diferentes ámbitos de la salud, así como las circunstancias vitales actuales que, en general, suelen ser de un nivel de precariedad alto. Esto genera, de nuevo, mayor vulnerabilidad ante hechos externos incontrolables como el que estamos viviendo actualmente.

Teniendo en cuenta la perspectiva psicosocial y holística desde la que miramos la salud, en la situación actual, es importante prestar atención a los siguientes ejes, que pueden actuar como factores de riesgo o protectores de la salud mental de las personas migrantes y refugiadas (extraídos de la Guía PS Covid 19 del GAC):

  • Contextualización: garantizar que las personas cuentan con información fiable que les permita comprender y anticipar el entorno.
  • Sensación de control: facilitar rutinas y estrategias para organizar la vida diaria y las tareas. Aislarse sin detenerse.
  • Relación y pertenencia: garantizar la visibilidad de todas las personas. Que el aislamiento en casa no suponga la ausencia de contacto con el entorno
  • Tejido social y comunidad: participación en iniciativas ciudadanas y facilitar espacio de apoyo mutuo y construcción de iniciativas colectivas.
  • Visibilización de las desigualdades: hacer visible que no todas las personas que nos encontramos en esta situación estamos en las mismas circunstancias, por lo que es necesario resaltar estas diferencias para generar respuestas y apoyos adaptados a cada realidad. Sobre todo, para cuidar colectivamente de los colectivos con un mayor nivel de vulnerabilidad, entre los que se encuentran las personas con las que trabajamos.

Existen algunas circunstancias, en las vidas de las personas migrantes y refugiadas, que pueden suponer factores de mayor riesgo psicosocial ante la situación actual, y que pueden tener efectos negativos para su salud; algunas de ellas las hemos comentado anteriormente:

  • En relación a la salud emocional y mental:
  • Haber vivido situaciones traumáticas previas que hayan supuesto un impacto para la salud de la persona y que, ante esta nueva situación de crisis, puedan reactivarse. Las características de la actual crisis pueden actuar como elementos externos activadores del trauma (por la similitud con situaciones previas vividas o por la generalización que el cerebro hace con respecto a ellas para protegerse) y provocar una retraumatización, al incorporar nuevas situaciones dolorosas a un contexto humano previamente traumatizado (algunos ejemplos podrían ser la intensificación del miedo a la muerte por un peligro externo, el miedo al desabastecimiento, la presencia policial en las calles y algunas actuaciones de las fuerzas de seguridad, el propio confinamiento también vivido previamente en situaciones de guerra, de persecución…).
  • Percepción de que, ante la situación de crisis social, económica y política que vivimos a raíz de esta crisis sanitaria, los derechos de las personas migrantes y refugiadas puedan verse reducidos con el consecuente impacto en el desarrollo de sus proyectos vitales.
  • La presencia policial en las calles y la necesidad de identificarse constantemente, son generadoras de estrés. No solo porque la policía en muchos de los países de origen es una figura amenazante, sino porque muchas personas se encuentran en situaciones administrativas irregulares y sienten miedo a salir, incluso, para abastecerse de alimentos.
  • Existen experiencias de confinamiento con una persona maltratadora; en estos casos puede agravarse una situación de violencia tanto física como psicológica y emocional.

 

  • En relación a la salud espiritual:
  • Para las personas migrantes y refugiadas, el hecho de vivir en un país seguro es una oportunidad de reconstruir sus proyectos vitales personales y/o familiares en un contexto de esperanza. La reconstrucción de dicho proyecto y el sentido del mismo, y de todo el sufrimiento que la lucha por lograrlo haya podido suponer, pueden verse fuertemente influenciados por la crisis actual, con los consiguientes efectos sobre la persona: depresión, ansiedad, falta de rumbo, cuestionamiento del sentido de decisiones tomadas… Los esquemas de referencias seguras pueden tambalearse y tener un fuerte impacto en el sentido vital.
  • Visiones culturales-religiosas en relación a lo que está ocurriendo y que pueden generar indefensión aprendida o incluso malestar psicológico (es un castigo divino, generando la culpa consecuente; esto lo ha traído Dios y nos toca vivirlo, no hay nada que tengamos ni podamos hacer frente a ello,…).
  • El miedo a la muerte en la situación actual, equivale al miedo a morir lejos de su tierra y de su gente sin un “lugar de descanso”. Es un pensamiento muy doloroso que dificulta afrontar la enfermedad con mayor paz espiritual.
  • En relación a la salud social:
  • Incertidumbres en aspectos cruciales para el mantenimiento de las necesidades básicas: paralización de los procesos administrativos en relación a su situación documental, ausencia o precariedad de ingresos económicos, dificultades de acceso al empleo o pérdida y dificultades de acceso a la vivienda, condiciones de infravivienda, pobreza energética, convivencia en entornos de riesgo o incluso situaciones de calle, entre otras.
  • Temor a no poder trabajar, no generar ingresos y no poder cubrir las necesidades más básicas
  • En relación a la salud relacional y comunitaria:
  • Soledad impuesta.
  • Convivencia impuesta, para aquellas personas que viven en dispositivos con unas características determinadas, en los cuales es difícil mantener espacios para la intimidad y la libertad personal.
  • Posibles conflictos relacionales en los dispositivos, vinculados con la exteriorización del sufrimiento interno, que no pueden evitar actualmente debido al confinamiento y que necesitan ser atendidos (no sabiendo a veces cómo hacerlo). Con la tensión que se vive debido a las circunstancias, puede haber problemas que existían previamente y sí eran gestionados pero que, con la intensificación de la situación, pueden reaparecer…
  • Ausencia de vínculos o relaciones con los que mantener una comunicación activa y sana.
  • Ausencia de relaciones para el cuidado, en un sentido amplio, y para la cobertura de necesidades básicas
  • Dificultad para comprender lo que está ocurriendo por motivos diversos: dificultades idiomáticas, falta de acceso a información oficial, …. Información no suficiente o no comprensible.
  • Dificultades de acceso a la tecnología, con todo lo que eso puede conllevar: dificultad para llevar a cabo formaciones que les permitan seguir avanzando en sus procesos (como el aprendizaje de castellano, por ejemplo), dificultad para que los menores puedan trabajar en sus tareas escolares, dificultad para el acceso a tiempos de ocio o para poder mantenerse informadas y/o comunicadas con personas de su red de apoyo personal…
  • Dificultad para comprender el estado de alarma: por idioma, por dificultad para entender otro tipo de códigos en la comunicación…
  • Separación de sus familias, temor y preocupación por cómo toda esta situación pueda estar afectando en sus países de origen, donde las condiciones sanitarias previas son inexistentes o muy precarias, con el consecuente sentimiento de frustración e impotencia por las dificultades actuales para aportar mejorías a su situación.
  • Procesos de reagrupaciones familiares parados, con el consecuente sentimiento de aislamiento absoluto debido al actual cierre de fronteras.

Todos estos factores, entre otros, son elementos que pueden tener impactos negativos sobre la salud y generar sintomatología diversa en lo que a la salud mental se refiere.

Por otro lado, como se señalaba al principio, el hecho de haber vivido previamente situaciones traumáticas y crisis diversas a lo largo de su vida, ha podido permitir que las personas desarrollen estrategias resilientes para hacer frente a una situación de estas características, que les permiten vivir la crisis actual con actitud de calma y tranquilidad, y mayor aceptación de la realidad que nos está tocando vivir; hay diversas situaciones que pueden tener relación con el desarrollo de dichas estrategias, entre otras:

  • Han podido vivir situaciones previas de confinamiento relacionadas, por ejemplo, con las persecuciones sufridas.
  • Experiencias vitales previas de mucha dureza y sufrimiento que permiten relativizar los impactos de la crisis actual.
  • Vivir este momento de impasse como un momento para descansar de las tensiones que supone el avance diario en sus procesos vitales.
  • Las personas que tienen desarrollada una base espiritual, ligada o no a lo religioso, que actúa como fuerte pilar para gestionar, desde el sentido, la situación actual.
  • La actual crisis está activando respuestas colectivas y comunitarias que permiten generar vínculos desde la solidaridad y el apoyo entre las personas que generan sentimientos de satisfacción.

Todas o alguna de estas características, entre otras, les ha podido dotar de unas capacidades de afrontamiento de la realidad y de unos recursos personales frente a ellas que, en estas circunstancias, sería muy importante que el resto de la ciudadanía pudiéramos conocer. En estos momentos de alta incertidumbre, algunas de las personas refugiadas con las que trabajamos pueden ser faros de luz que nos ayuden, gracias a sus experiencias, a sobrellevar esta situación que, curiosamente, trasciende toda desigualdad y nos coloca a todas/os por igual, refugiadas/os de ahora y refugiadas/os de antes, ante la realidad de lo que somos: seres humanos vulnerables frente a una vida que, aunque lo pretendamos, no es controlable. Quizá ésta es la gran lección que colectivamente nos toca aprender y, sobre esto, saben mucho las personas que ya han vivido esta verdad en primera persona, como son las personas refugiadas y/o migrantes forzadas/os.

Para concluir y resumiendo un poco lo comentado hasta ahora, destacar que la crisis que estamos viviendo en la actualidad puede generar impactos importantes en la salud de la ciudadanía en general y, en lo que se refiere a las personas migrantes y refugiadas, estos impactos actúan sobre situaciones de una mayor vulnerabilidad previa debido a las circunstancias en las que se desarrollan sus proyectos vitales. Dichos impactos pueden ser negativos y, al mismo tiempo, nos permiten también observar cómo las personas migrantes y refugiadas son seres humanos con una gran capacidad de resiliencia.  Y valorar cómo, para la sociedad de acogida, desde el punto de vista comunitario, ésta puede ser una oportunidad para aprender de esas fortalezas y esa capacidad de resistencia que las personas refugiadas tienen para hacer frente a situaciones adversas. Así como una oportunidad para poder aportar a la minimización de los impactos que esta crisis pueda tener para el colectivo de personas migrantes y refugiadas desde el desarrollo de redes comunitarias de apoyo y solidaridad ya que en estos tiempos en los que se apela al cuidado colectivo tanto desde centros de poder como desde la ciudadanía en general, cuidar de las/os más vulnerables es una responsabilidad que tenemos como sociedad.

Por lo tanto, estos momentos que estamos viviendo son una oportunidad para poner en práctica ese dar y aportar que tanto nos hacen crecer como seres humanos y también para valorar la importancia de lo que cada una de las personas que convivimos en nuestra comunidad podemos ofrecer para mejorar nuestra sociedad, independientemente de nuestro origen o de nuestra circunstancia vital. Porque si algo nos está mostrando esta crisis, es que todo el mundo somos profundamente iguales ante la vida y que, frente a ella,  somos una/o.