“Un barco con 72 personas, incluidos mujeres, niños y refugiados políticos, quedó a la deriva a tras partir desde Trípoli y pese a que pidió ayuda a los guardacostas italianos y contactó con un helicóptero militar y un buque de guerra de la OTAN, no se llevó a cabo ninguna operación de rescate. Finalmente, solo once las personas a bordo consiguieron sobrevivir, mientras que el resto murió de hambre y sed después de pasar 16 días en el mar”. No es que en DIAGONAL nos hayamos equivocado en el número de personas muertas o desaparecidas en el hundimiento de la barcaza ocurrido ayer en aguas del Mediterráneo, cerca de las costas de la isla italiana de Lampedusa. Las noticias de hace dos años como la que empieza esta nota, o las del mes pasado, solo diferirán de la de hoy en un número de víctimas que, indefectiblemente, seguirán sucediéndose. Más de 20.000 cadáveres escupidos por el mar, y una cifra estimada en 6.000 cuerpos desaparecidos, son la consecuencia de las últimas dos décadas de control de fronteras llevado a cabo por la Unión Europea. Crónicas de una muerte anunciada.

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